domingo, 29 de agosto de 2010

El mundo oculto de caprichosa y berrinchuda





Cayó la tarde. Yo me sentía un tanto excitada y necesitaba un muy buen regaño, pero ya no llamaste. Me clavé en la cama y cerré los ojos en un sincero esfuerzo por dormir, pero se metieron en mi mente las imágenes de nuestra ultima noche juntos, -¡qué delicia!- se inundaron de nuevo mis sentidos de ti y, con los ojos todavía cerrados, me llené de colores y sonidos, de olores y sabores, justo como cuando, envuelta en tus brazos, besándote, me llevabas a ese mudo distante, desconocido. Tus palabras, tu calor y el sabor de tu saliva, tu imagen tocando mi cuerpo, adueñándose de cada rincón de mí y el sonido del flagelo contra mi piel, un dulce y excitante dolor. Tus palabras, tan posesivas, me regalaban la sensación de no tener salida ni escape. Mi cuerpo y mi voluntad en tus manos, la adrenalina corriendo por él mientras perdía el poder y el control sobre mí, mientras mi integridad estaba en tus manos, perdiendo mi libertad, tan vulnerable e indefensa... Me hacías sentir tan ligera, tan libre...


Y así comencé a acariciarme, recordando tu voz y tu mirada, tus palabras. Comencé a apretar mis pezones, fuerte, cada vez más fuerte. Empecé a frotarme con más firmeza y rapidez y me puse boca a bajo, como siempre, como de costumbre, como cada noche desde la infancia. Y así, recordándote, tuve el primer orgasmo.

Pero aun no estaba satisfecha. Y continué. De pronto, no sé cómo, me vi atada a una silla, amordazada y vestida. Estaba siendo torturada de la manera más dolorosa. Mi Amo sometía a otra mujer, ahí, frente a mí. La humillaba y la flagelaba. La cogía. Me mostró sus genitales, abrió sus labios vaginales, rojos y húmedos, y hundió sus dedos en ella para lamerlos luego, mientras me gritaba.

—¡Mira, perra! Esto sí es una mujer. ¡Mira como se le va enterita y no protesta, no gime, no manifiesta incomodidad ni dolor alguno! ¿Lo ves? ¡Aprende, estúpida, inútil! Que ni para coger sirves. Mira. Se la meto de una sola vez por el culo y pide más. ¡No como tú, que no sabes ni recibirme como se debe! ¿Lo ves?

—Esto es una mujer ¡Mira cómo me complace! ¡Mira cómo me la mama! Delicioso. Aprende. Esto es lo que deberías aprender y no a andar ahí de puta, con tus pinches amiguitos. ¿Viste a lo que tú me arrastraste? Querías que me cogiera a otras.

¿No querías ver cómo era en realidad, Lo enérgico que podía ser?

¡Mira, estúpida! ¡Ve lo que una mujer de verdad me provoca! ¡Mira! ¡Abre bien tus ojos! Y observa cómo se trata a una perra de verdad. No como tú, que eres de juguete. Eres una estúpida niña jugando entre mujeres de verdad.

—¡Mírame! No cierres los ojos. Estoy cogiendo con tanto placer como el que tú no me das, ni me darás.

Las lágrimas corrían por mi rostro. Una rabia desatada se adueño de mí. Los celos eran incontrolables. Quería salir corriendo de ahí, escupirle a la cara y gritarle que era un idiota.

Cerré los ojos para no verlo más, pero se acerco a mí y me dio una bofetada. Tomo fuerte mi quijada y la apretó tan fuerte que mis dientes lastimaron mis mejillas por la parte interna y me grito.

—¡No te atrevas a cerrar tus estúpidos ojos! ¡Mírame! ¡Quiero que aprendas y veas como disfruto!

Me sumergí en un estado reflexivo mientras me preguntaba ¿Por qué este castigo?¿Qué lo había ocasionado?

Mi mente me obligó a buscar una respuesta y fue entonces que recordé a Zyanya, una dulce y sensual jovencita, con su tersa y delicada piel y su hermosa mirada, mezcla de misticismo e inocencia, que delataba un enorme fuego interior. Ella estaba atada a una silla, desnuda, con el culo groseramente vuelto hacia arriba, gimiendo y retorciéndose, sus enormes y deliciosos senos rozando el respaldo de la silla. Sus pezones, erectos, invitaban a morderlos, a ser castigados.

Yo me encontraba parada frente a ella, vestida con un impecable traje sastre, mis guantes de piel negros y zapatillas altas, mi sombrero favorito y mi inseparable cigarro. Tenía una fusta en la mano.

Estábamos en un salón, a media luz, con el aire pesado, maloliente y sofocante.

A mi espalda una mesa y sentados a ella dos hombres, fumando, con su estampa firme y su gesto agrio y malhumorado. Eran mi jefe y su socio. Me ganaría un severo castigo si no lo hacía bien. Mi deber era enseñar a Zyanya, alistarla para el trabajo de complacer.

Mi voz, llena de firmeza, se escuchó en el salón.

—Zyanya—, ordené—, ¡para el culo! Abre las piernas —le dije al tiempo que le daba unos cuantos azotes en los genitales, delicados, jugosos y dulces—. No saltes. Debes bajar la cabeza. ¡No mojes mi fusta o la limpiarás con lengua!

Recorrí su cuerpo desnudo. Estaba asustada. Su piel se erizaba al sentir el roce cálido de mi mano. Azoté sus senos y sus nalgas. Las separe. Le azote el culo y brincó de nuevo. Jalé su largo, negro y lacio cabello de la nuca.

—¡No saltes! ¡Debes controlar tu reacción! —dije, y la azote con el fuete, más fuerte, de nuevo sobre el mismo lugar en el cual antes había escupido abundantemente. Quería tratar de emular un poco los ruidos que hacen las nalgas llenas de semen, cuando éste se escurre del culo y se embarra en las nalgas. Saltó de nuevo. La azoté en la vulva y sentí que estaba mojada. Jalé su cabello de nuevo, por la nuca, apreté con fuerza su quijada y la mire a los ojos, firme y ferozmente.

—¡Te dije que no mojaras mi fusta, perra estúpida! ¡Lámelo hasta que lo dejes bien limpio¡ —dije, y le azoté el culo en repetidas ocasiones.

Froté su sexo de nuevo y lo mojó otra vez, así que la tire al pisó y la puse en cuatro. Luego azoté sus nalgas nuevamente.

—¡Entiende que no debes mojarte! ¡Entiende! —la regañé. Le abrí las nalgas exponiendo su culo y su sexo ante los ojos de mi jefe y de su socio, que ya comenzaban a incomodarse.

—A ver, niña, ábrelo bien grande. Te daré una paletita —le dije e introduje un juguete en su vagina. Después la hice gatear por la habitación tirando de una cadena que le puse al cuello.

—Si se te cae te azotaré más, así que sostenlo —le ordené. Aún así se le cayó—. ¿Ves por qué no debes mojarte? ¿Ahora lo entiendes?

Así que tome la fusta y le azoté una vez más. Gemía demasiado y muy rico; tanto que comenzó a elevarme la temperatura, pero yo estaba preocupada por que ella no lo estaba haciendo bien y mi castigo sería muy severo. Me sentía nerviosa y asustada, aunque también irritada por lo que me ocasionaría su debilidad, así que no me quedó más remedio que repetir la operación, confiando en que mi jefe y su amigo se sintieran tan excitados como yo y pasaran por alto mi error, divirtiéndose con ella. Llena de temor, expuse nuevamente su sexo y esta vez trate de que vieran mejor y más de cerca como escurría el liquido cálido y perfumado de deseo.

La acerqué más a la mesa mientras la frotaba con la fusta. Azoté sus nalgas con furia y sus deliciosos fluidos gotearon una vez más y escurrieron de su apetitosa vulva, que ardía en deseos de probar, de saborear su delicada esencia, de sentir su textura y percibir su olor. Luego introduje en ella de nuevo el juguete, pero tenía que ser más enérgica y buscar salvar mi pellejo, excitándolos aún más, desviando su atención hacia ella. Le puse un juguete más, esta vez en el culo, y la obligué a gatear alrededor de la habitación, mientras continuaba azotándola. Ella seguía gimiendo.

Me acerque a su oído y le susurre suavemente.

—Si eres buena, nos divertiremos esta noche, pero si eres mala, te entregaré a ellos para que te devoren y sacien sus degeneradas ganas en ti. Tú sabrás que hacer.

Ese fue mi error. No sé si fue el tono de mi voz lo que la excitó, o mi cálido aliento o la idea de que nos encontráramos mas tarde; o, incluso, la idea de ser devorada por esos hambrientos demonios que nos miraban, pero en ese momento tuvo un orgasmo, muy inoportuno y poco discreto. Mi jefe se levantó de golpe, me dio una bofetada y me lanzó al piso.

—Eres una estúpida, buena para nada sin talento —gritó—. Confíe en ti y me decepcionaste. Lo único que tenias que hacer era prepararla para permanecer inmóvil y dispuesta. Pero fallaste. Tu castigo será terrible

Bajó el cierre de su pantalón, se quito el sacó, remangó su camisa y me tomó el cabello por la nuca.

—Tal vez debas enseñar con el ejemplo —rugió, muy enojado, y ahí mismo, en pleno salón, abrió los botones de mi blusa, perfectamente blanca, expuso mis senos y, frente a la dulce Zyanya y a su socio, me obligó a succionar su miembro, me abofeteó cuanto se le antojó y recalcó una y otra vez mi ineptitud en la tarea que me había encomendado.

Él sabía que yo no toleraba ser humillada y, sin embargo, lo hizo; me humilló hasta cansarse. No me importo que vieran cómo se la mamaba ni cómo me penetró, de más de una forma, o que me compartiera con su socio. Ni que incluso obligara a Zyanya a lamer mi entrepierna. Me dolió mucho más la humillación, que me tomaron cada uno de los tres, de todas las maneras que se le ocurrió, repetidas veces, y yo no pudiera más que sentir dolor en mi interior, por la espantosa vergüenza que sentía. Me redujo a prostituta de la aprendiz, me llamo inepta, pendeja, incompetente y muchas cosas más que me dolieron demasiado.

De pronto los gemidos de la mujer, que estaba siendo tomada y castigada por mi AMO, el dueño de mi cuerpo, mente y corazón, me regresaron a la realidad y sentí una extraña mezcla de dolor y placer que no alcanzaba a comprender.

“Yo lo amo”, me decía, y gritaba en mi interior, “¡Pare con este castigo, basta de tortura! ¿Es que no se da cuanta que lo amo, que me duele verlo tomando otras mujeres?”, pero los celos que sentía y el dolorcito indefinible que se instalaba por momentos en mi estómago me ocasionaban mucho placer y comencé a lubricar. El se dio cuenta y se acercó a mí.

—¡Lesbiana de mierda! Quieres probarla, ¿verdad?¿Quieres lamer su vagina?¿Quieres morder sus senos, lamer su culo? Ya sé que te encantan las mujeres. Pero también sé que me amas y que sufres al ver que las toco y que les meto la verga; ésta, que quisieras solo para ti, estúpida ramera, ¿por qué lloras? ¿acaso crees que la amo o que la deseó mas que a ti? ¡Qué estúpida eres! No cabe duda.

Trajo a aquella mujer hacia mí y la obligó a lamer mi sexo.

—¡Déjalo bien limpio —le ordenó. Mientras tanto, se acercó a mi rostro y, con extremada ternura, con dulzura infinita, me acarició, secó mis lagrimas y me besó los ojos, las mejillas, los labios y me dijo al oído— sabes que solo te amo a ti, que eres la única mujer por la que siento amor cuando la estoy tomando, sabes que también muero de celos por ti, también sueño contigo y suspiro por ti y pienso en ti casi todo el día, también me masturbo pensando en ti y que, incluso cuando me cojo a otras, estoy pensando solo en ti.

—Pero debes aprender a no andar de puta. Por eso te castigo.

Me desató y me llevó a la cama. Abrió mis piernas y dejo que la mujer continuara lamiéndome, succionara mi clítoris y mordisqueara mis senos. Ambos lo hicieron. Después, él me puso en cuatro y obligó a la perra a lamer mi culo. Él también lo hizo. Y, más tarde, lamieron simultáneamente mi sexo y mi culo. Me hicieron tener más de un orgasmo y gemir de desesperación. También mordieron mis senos. Él mordió mi cuello tan fuerte que me dejo una marca.

—Así sabrán que eres mía y tú recordaras que tienes dueño. Sólo yo puedo darte todo el placer que necesitas. Sólo conmigo y a mi lado serás libre. Pero sabes que estas presa de mí, que no puedes huir, que eres mía. ¡Mámamela! —me ordenó. Después me penetró tan brusco y profundo que me hizo gritar.

—¡Toma! Pero así, calladita, ¡shh! No te quejes. No grites. No hagas ruido alguno. ¡Toma, puta! No andes buscando fuera lo que yo te puedo dar. ¡Toma! ¡Tómala trágatela toda! Así como te gusta. Eres una perra. ¡Trágatela! —me gritaba. Sus testículos se estrellaban con brusquedad en mi piel y el seguía gritando— ¡Recibe a tu Amo, esclava, recíbeme!

Por fin eyaculó. Lo sentí estallar dentro de mí. Sus fluidos escurrieron entre mis nalgas, me los untó por toda la espalda y me dio una nalgada.

—Anda, perrita, llévate mi marca, que nadie se atreva a acercarse a ti, ten mucho cuidado—, dijo. Me besó y abrazó con fuerza, no me permitió bañarme, me hizo usar un vestido escotado y me envió por su desayuno.

 
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