jueves, 28 de octubre de 2010

cuento de terror.

Una noche como cualquier otra Clara y Carlos, que acostumbraban salir a cenar cada miércoles, decidieron caminar un poco por los alrededores del lago de Chapultepec.
Mientras lo hacían se detuvieron, se miraron a los ojos y ambos sintieron el impulso de besarse.
Carlos aproximó el cuerpo de la chica en un intenso apretón que le permitió sentir sus senos. Clara sintió un golpe de excitación que aceleró su respiración; las lenguas se enredaron en un instante. Nuevamente intercambiaron miradas desbordantes de deseo y complicidad. 
Continuaron caminando y charlando de sus empleos, sus situaciones familiares y de otras circunstancias personales. Caminaron de la mano, sin rumbo, riendo despreocupados; entregados sin más a la agradable compañía del otro.

Una pequeña luz, a lo lejos, llamó la atención de Clara. “Puede que sea una luciérnaga. Jamás he visto una”, pensó y sin comentar nada a Carlos, dirigió sus pasos hacia aquel lugar.Carlos seguía hablando, sin darse cuenta de que había perdido la atención de la chica desde hacía varios pasos. Tampoco pudo percibir que Clara se había dejado seducir por esa pequeña luz, que la atrapó en cuanto posó su mirada en ella. Poco a poco perdía su voluntad mientras sus pasos eran atraídos por ese extraño resplandor. Esa luz embriagaba su ser, la transformaba y arrastraba a Carlos con ella.

Carlos sintió de nuevo deseos de besar a la chica, pero de una forma diferente. La luna resplandecía en todo lo alto, plena y absoluta, y se sintió motivado así que se atrevió, tiró suavemente de su cabello por la nuca, tomó su quijada, apretando ligeramente para disponer de sus labios, y se dio el lujo de morderlos, jugar con su lengua dentro, e incluso se dejó llevar por el profundo antojo de llenarla con su saliva. Clara se entregó al beso sin oponer resistencia alguna. Se sintió tan absorta por el deseó que este nuevo beso le provocó que gimió. El chico la tomó fuertemente por los brazos y la apretó posesivamente. El deseo de besarla de aquella forma lo había inquietado desde hacía tiempo, por temor a que Clara se sintiera agredida u ofendida. No lo mencionó jamás pero se sintió altamente complacido cuando observó que Clara consentía y, más aún, disfrutaba de ello.

Continuaron andando pero Clara no regresaba de aquel silencio en que se había sumergido. Avanzaba, con un paso un tanto acelerado, dirigiéndose a aquel lugar que no perdía de vista.Se introdujeron en el bosque. Clara parecía desesperada por internarse en la obscuridad. Carlos percibió entonces que ella apretaba fuertemente su mano y también su paso acelerado. La detuvo de golpe diciendo: “Tranquila, nenita. Sé que te sientes algo dispuesta para mí pero no es conveniente que nos internemos en este lugar. Podría haber algún ladrón oculto por ahí y causarnos algún daño”.Pero ella ya no escuchaba su voz, ya no sentía pasar el tiempo, el viento o el frío de la noche. Estaba totalmente ausente de sí y Carlos, sin saberlo, la lanzó aun más a ese abismo tras la excitación provocada con aquel beso.
Clara lo  jaló por la mano , lo puso contra un árbol y se lanzó en frenéticos besos y mordisqueos contra él. Carlos, sorprendido por la reacción de la dulce y tierna niña que siempre había sido Clara, no pudo más que seguirle el juego y se relajó un poco. Puso las manos sobre la cadera de la chica y se aferró a ella, jalándola y refregándola contra sí, entregándose a sus besos. Clara comenzó a deslizarse hacia abajo por el talle de Carlos y se clavó, embriagada de lujuria. Introdujo con desesperación el miembro de Carlos en su boca y comenzó a succionar. “! Por fin te comportas como me gusta, mi niña! Como una deliciosa putita, mmm... ¡Qué rico así, nena, mmm...! ¡Qué delicia! Mira, nada más, los talentos que me ocultabas… ¡Qué bien!” La sujetó del cabello y la forzó a introducírselo más profundamente. Carlos sentía perfectamente su miembro atravesar por la garganta de Clara pero ésta no se inmutaba ni manifestaba incomodidad alguna, lo que no terminaba de extrañar al chico, ya que nunca antes ella había manifestado ese tipo de promiscuidad. Pero Carlos decidió simplemente entregarse al momento.Se entregó a la pasión sin darse cuenta que, del mismo árbol al que Clara lo había empujado, brotaron unas inmensas garras que lo sujetaron, imposibilitando su movimiento.Clara se aproximo a él y arrancó sus ropas de un solo tirón, diciendo: “¿Querías una putita, mi cielo? ¡Vamos! ¡Aquí me tienes,  tómame!”.
Con solo una señal que ella realizó con su brazo, el árbol dio un giro al cuerpo de Carlos exponiendo su espalda desnuda ante la mirada extasiada de Clara. Ella tomó una rama que el árbol generosamente le proporcionó y  azotó la espalda del chico en repetidas ocasiones. Tras cada azote un alarido de dolor corrompía el silencio de la hermosa noche.En cada gemido de delicioso dolor se perdía más, la mirada difusa, sin más dirección que la piel del hombre al que azotaba con insana satisfacción.
Gotas de sudor recorrían su frente pero no dejó de azotar hasta ver abierta la carne. La sangre comenzó a brotar y, en un movimiento brusco, el árbol apartó a la mujer, aún presa de su trance lascivo. Levantó al hombre con sus garras y de su rugoso, áspero y reseco tronco emergieron  unas enormes fauces, de las cuales comenzó a deslizarse una  lengua que lamió y se deleitó con cada una de las gotas de sangre que del hombre brotaban y, sin más, lo depositó con extrema delicadeza sobre el piso húmedo y lodoso.

Clara corrió a lado de Carlos y lo abrazó. Se aferró a él atemorizada y lo ayudó a levantarse. Los dos salieron del bosque corriendo a toda prisa, sin parar ni mirar atrás en ningún momento, hasta que estuvieron en el auto. Se miraron fijamente uno al otro, sin poder articular palabra, y arrancaron a toda prisa.
Ya más tranquilos, pero aun sin poder creer lo que había sucedido, se despidieron frente a la casa de Clara con un beso tierno y un fuerte abrazo, diciendo lo mucho que se apreciaban. Clara bajó del auto, introdujo la llave en la cerradura y, justo antes de entrar, escuchó la voz de Carlos que le decía: “¡Ey, Clara! ¿Qué tal si mañana paso a buscarte y cenamos cerca del lago?”

martes, 19 de octubre de 2010

Mis nuevas alas.

En la penumbra, el silencio  de la habitación tomas mi cuerpo lo amoldas  al tuyo juegas con mi lengua  me  besas  me llenas  de caricias suaves lentas y sensuales.
 Sin prisa  me  envuelves  y liberas en  tu pación tibia transparente, sin más  que lo que  se es.
Cierro los  ojos  me encierro en mi placer en mis sensaciones y comienzo mi viaje  guiada solo por  tu voz que no rompe mi silencio ni lo corrompe solo lo acompasa.
Como una melodía que se desliza suave y agradable sobre mi piel tu voz  y  esas palabras tan posesivamente excitantes.
poco a poco mis rodillas  se flexionan  mi voluntad  se rinde  mientras  tu sigues  llevándome  por  ese lugar místico  donde  los cuerpos  se desvanecen las  almas vuelan libes, donde los gemidos  se convierten en  música y los  sonidos  de  azote  en canciones extasiantes los instintos marcan  el ritmo  y pautas  a  las que los cuerpos  se  someten.
Me  rompes, me desarmas no queda mas protección  que  tú sala voluntad, y la confianza  puesta  en ti, es dulcemente  encausada y custodiada.
Mis alas entre abiertas para ti  así como  el alma, mis labios deseando besar tu piel recorrerte entero,  todo mi ser deseando  el momento de la entrega, solo ser, ser  sin límite.
Mis alas se extienden  se  sacuden  al recibir tan solo un rose de tu piel me entrego plena y total  sin culpa  vuelo en total libertad.
 
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